Últimamente me está sucediendo algo. Vuelvo a vivir sensaciones que no experimentaba desde la niñez y la adolescencia.Por ejemplo, recuerdo cómo me gustaba de niña bañarme en el mar. Durante los años de vida laboral y de crianza de los hijos no parece que hubiese tiempo para mucho más…Grandes placeres se quedadan aparcados esperando su turno.Y no es que no me bañase entonces en el mar, que lo hacía, pero era un entrar y salir, mientras miraba de soslayo a mis niños en la orilla o pensaba en lo que iba a cocinar en el apartamento. Y no es que ahora no cocine ,que cocino, pero cuando dispones de tiempo tuyo-tuyo, todo es distinto.
Así es que nunca, desde la infancia, me había sumergido en las aguas de este Océano infinito con tanto deleite. Entro en ellas con la sensación de estar asistiendo a algo mágico y ceremonial, como un rito de iniciación y me deslizo sinuosa, como una serpiente marina, mientras el sol abrillanta mi piel y un banco de minúsculos pescaditos juguetean a mi alrededor . Este es un mar vivo, no cabe duda. .¿Somos conscientes de la belleza y la felicidad que nos regalan nuestras costas? Sumergirte en el mar es una fuente maravillosa de salud y placer.
En momentos como este percibo el misterio de este horizonte infinito , en el aquí y el ahora, sin deseos de abarcar cosa alguna excepto el metro y medio de esta agua pura que danza a mi alrededor.
Al salir me siento liviana y como si acabara de nacer.. Se han quedado atrás los juicios y pensamientos y soy una con todo lo que me rodea, incluidos los bañistas pequeños que ajenos por completo a mi persona y mis sensaciones, chapotean entre risas en la orilla.
Hoy he aprendido a gozar y a agradecer lo que me ofrece cada instante. Tener los ojos abiertos para no desperdiciar ni un solo segundo de las gotas de oro de mi vida con lamentaciones, o quejas absurdas..
El verano se ha terminado. Todos volvemos a nuestras rutinas… bueno, no todos. Hay quiénes suspiran por tener una rutina. Son los que no tienen rutina a la que volver, los desempleados, los refugiados, los que se han quedado sin hogar..
Por favor, no nos quejemos de las rutinas….ojalá nunca falten.
Llevo siempre conmigo dos bolsas. Una con migas de pan para ofrecérselas a las gaviotas. La otra para recoger plásticos de la orilla. Ya sabemos que estos se descomponen en minúsculas partículas que son captadas por los peces y de ahí van a nuestro estómago y de allí a nuestra sangre, dando lugar a enfermedades y trastornos terribles. Gestos pequeños que se hacen grandes cuando somos muchos los que lo hacemos.
Naturalmente yo no siempre hago las cosas tan bien, ni siempre obro de forma tan solidaria. A veces , pocas, sí que se me olvida coger las bolsas o pensar en los que no tienen rutinas, por ello me viene muy bien escribir, para recordarlo.
Tal vez a ti, amig@ lector, te pase lo mismo.
El verano se fue. Y el otoño me gusta. Me pone melancólica y reflexiva y me da por escribir poemas y a veces algún que otro relato. Por cierto, escribí hace años uno titulado “ Dos habitantes del otoño” sobre este tema para el Taller de Escritura que imparte la escritora María Morales al que intermitentemente asisto. Esta autora acaba de publicar un libro fantástico»Formas de disparar un arma» en la editorial sevillana Maclein y Parker, sobre retazos de su vida , que al mismo tiempo es un ensayo sobre técnicas narrativas.
Mi relato va sobre una mosca. Un tema raro, sí. (De todo hay en la viña del Señor). Lo paso.
Figura también en el libro “ La espuma de los jueves” que co- publicamos en 2016 todos los participantes del Taller.
Buenas noches amig@